Adviento 2 (A) – 2010
December 11, 2024
Isaías 11:1-10; Salmo 72:1-7,18-19; Romanos 15:4-13; Mateo 3:1-12
¿No tienen ustedes algún pariente, hermano, prima, tío, o un amigo que siempre les dice la mera verdad y a la misma vez no le importa si te hace sentir mal? No es que ese pariente quiera ser malo con ustedes, al contrario, lo hace para ayudar, solo que sus modos son un pocos bruscos. Hay gente que habla con una franqueza tan aplastante que, a veces, hiere. Solemos decir de esas personas que carecen de delicadeza
Si tienen un pariente así, entonces ustedes conocen muy bien a Juan el Bautista. Juan, tampoco tenía reparos en decir las cosas claras. Decía lo que pensaba y transmitía el mensaje de Dios sin miedo a posibles represalias.
El evangelio de hoy nos presenta a Juan el Bautista que nos ofrece el mensaje de cómo tenemos que cambiar de conducta para estar listos para cuando venga el Mesías. Dice el evangelista que el Bautista vestía ropa hecha de pelo de camello y se alimentaba con una dieta de langostas y miel. Juan no parece una persona con quien uno quisiera pasar la tarde conversando sobre teología. Su mensaje era claro y captaba la atención y la imaginación de muchos. Juan era brusco e imprudente, pero honesto y lleno del amor de Dios. Dios mandó a Juan para que anunciara al mundo que el Mesías estaba por llegar. Dios envió a Juan para que fuera la voz de la verdad, para que nos avisara como tenemos que cambiar nuestras vidas y prepararnos para la venida de Jesús.
El mensaje de Juan es simple: “¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!” (Mateo 3:2).
Juan no dice: “Vengan a conocer a Dios”. ¡No! Juan usa el verbo “volver” y con su proclamación nos invita a regresar a Dios, a ese Dios que ya conocemos. “Volver” se define como: “Dar la vuelta a algo; cambiar de sentido o dirección; cambiar a una persona o cosa de aspecto, estado, opinión, etc.”. El mensaje de Juan es: “Vuélvanse a Dios” y con esto nos quiere decir que demos la vuelta a nuestras vidas, que cambiemos el sentido de nuestras vidas y que cambiemos nuestro modo de ser y de pensar. En una palabra, el mensaje del Bautista es de transformación y arrepentimiento. Y este arrepentimiento es mucho más que simplemente pedir perdón por nuestros pecados y es mucho más que lamentarse por las cosas que hemos hecho mal o las cosas que hemos dejado de hacer. Juan nos invita a cambiar el sentido de nuestras vidas para alejarnos de un modo de vida que no esté de acuerdo con una vida que demuestra que nos preparamos para la venida del Mesías. Una vida nueva y que nos involucre completamente como miembros del reino de Dios.
Juan era aquel de quien Dios había dicho por medio del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: ‘Preparen el camino del Señor; ábranle un camino recto’” (Mateo 3:3). Este “camino recto” no se refiere a un camino físico, no se refiere a la calle que conduce al templo. Se refiere al camino de nuestro corazón. En otras palabras, “ábranle un camino en sus corazones al Señor; un camino recto, limpio y sin obstáculos, para que el Señor pueda fácilmente caminar hacia el centro de nuestro ser”. Con el Señor y el amor de Dios dentro de nuestros corazones, estaremos listos para formar parte del “reino de los cielos” en la tierra.
Con este mensaje Juan atraía a mucha gente: “La gente de Jerusalén y todos los de la región de Judea y de la región cercana al Jordán salían a oírle”. La gente aprendía de la predicación de Juan. En el evangelio de Lucas se describe lo que Juan pedía a la gente que hiciera para que cambiaran sus vidas. Les pedía simplemente tres cosas: Compartir, ser justos, no ser abusadores. Juan le decía a la gente: “El que tenga dos trajes, déle uno al que no tiene ninguno”. “El que tenga comida, compártala con el que no la tiene”. A los que cobraban impuestos les dijo: “No cobren más de lo que deben cobrar”. Y a los soldados les aconsejó: “No le quiten nada a nadie, ni con amenazas” ni con acusas falsas (Lucas 3:10-14).
Pero a los fariseos y saduceos – a aquellos presuntos líderes del judaísmo – Juan reservaba unas palabras más fuertes: “¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a librarse del terrible castigo que se acerca? Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor” (Mateo 3:7-8). Pero aunque sus palabras se dirigían a aquellos engreídos que se creían demasiados justos y que nos les importaban los problemas de la gente, el mensaje de Juan para nosotros es claro: “Pórtense de tal modo que se vea claramente que se han vuelto al Señor”.
La gente que salía a oír a Juan confesaba sus pecados y Juan los bautizaba en el río Jordán. Además, Juan, humilde ante Dios, les decía quien era él en realidad, con estas palabras: “Yo, en verdad, los bautizo con agua para invitarlos a que se vuelvan a Dios; pero el que viene después de mí los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (Mateo 3: 11). Con ello, Juan estaba ya indicando que para el Mesías no serian suficientes posturas superficiales o hipócritas. El Mesías podría leer en el interior del corazón y de las conciencias.
Por eso, este tiempo de adviento que inició el domingo pasado con el primer domingo de Adviento, es también para nosotros un tiempo de reflexión y de cambio de conducta. Empezamos un nuevo año litúrgico. Estos días de adviento nos ofrecen un tiempo para considerar cómo podemos cambiar nuestra vida para estar listos no solo para la Navidad, la venida de Jesús, sino también para dejar que el Espíritu Santo entre de lleno en nuestro corazón.
Iniciamos este año litúrgico en el cual vamos a seguir, paso a paso, toda la vida de Jesús hasta culminar de nuevo en su resurrección. Y todo esto no lo hacemos simplemente para revisar y repasar lo que Jesús hizo por nosotros, sino para incorporar en nuestras vidas todo lo que él realizó para salvarnos. Aprovechemos bien el tiempo, para que un día también podamos gozar con él las alegrías eternas.
— Luís González es miembro y pastor laico de la Diócesis de Arizona.
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