Adviento 4 (C) – 22 de diciembre de 2024
December 22, 2024
LCR: Miqueas 5:2–5a; Salmo 80:1–7; Hebreos 10:5–10; San Lucas 1:39–45
Nos encontramos en el cuarto domingo de Adviento, cerrando este tiempo de preparación para el natalicio de Jesús. El Evangelio de hoy nos trae la visitación de María a Isabel, un texto de gran sensibilidad y profundo significado teológico.
Generalmente el evangelista e historiador Lucas nos narra sucesos de la vida de Jesucristo que se convirtieron en acontecimientos fundantes de la historia de la salvación cristiana. Y, efectivamente, eso es lo que suele quedar en los relatos, sean éstos históricos o testimoniales: narraciones de hazañas de personajes de renombre que han tenido un impacto como protagonistas de la historia. En el texto de hoy encontramos, contrariamente, el encuentro cotidiano y simple entre dos mujeres embarazadas, que no cuentan mucho en la sociedad patriarcal judía y que, por demás, sólo se saludan, se alegran, cantan y se bendicen. Un relato de gran sencillez y aparentemente irrelevante.
Se trata de dos mujeres de fe: la joven María y su parienta ya mayor, probablemente prima, Isabel, quienes acogen con humildad y en obediencia la voluntad de Dios que les ha sido revelada. Son mujeres que no piden pruebas ni exigen condiciones o seguridades de que todo irá bien con su maternidad. Seguramente tienen muchos interrogantes para los que no tienen respuestas en ese momento. Pero aceptan el proyecto de Dios con alegría, sin reservas y confiando en Él. Veamos algunas cuestiones relativas a nuestras dos protagonistas.
El nombre Isabel, o también Elizabeth en griego, significa “mi Dios es plenitud”, lo que se adecúa perfectamente a la personalidad de esta descendiente de Aarón, perteneciente a la tribu de Leví. Isabel está casada con el sacerdote Zacarías y al ser ella estéril y ambos de edad avanzada, no han podido tener hijos. Pero ahora, por la gracia de Dios, están esperando un hijo que se convertirá, al crecer, en Juan el Bautista, aquel que prepara el camino del Señor.
Isabel es la primera persona, después de José, que comprende y acepta la experiencia del embarazo de María, quien aún no está casada. Isabel ha recibido también el don de Dios en su vientre materno y sabe que el mensaje de Dios no es simple promesa, pues nada es imposible para Dios. Por eso no tiene cuestionamientos ni dudas y se abre a reconocer la acción divina en María.
El encuentro entre ambas está lleno de emotividad y felicidad, pues la espera de un recién nacido en el hogar de una pareja infértil es motivo de gran alegría, como lo es también la espera de todo hijo en Israel. Al escuchar que ha llegado su parienta María y al recibir su saludo, Isabel siente como el hijo que está esperando se mueve en su vientre. Éste es un signo de alegría, bienestar y vitalidad fetal; es señal de acogida que se expresa en el saludo profético de Isabel cuando exclama: “¡Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y ha bendecido a tu hijo!” (1:42) -o como seguramente hemos escuchado: “Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”-. Alegremente y con humildad Isabel reconoce que María es la portadora de esperanza, liberación y salvación para todo el pueblo de Israel, diciendo: “¿Quién soy yo, para que venga a visitarme la madre de mi Señor?” (1:43).
En el momento del encuentro, nos dice la Escritura, Isabel fue llena del Espíritu Santo (1:41). Tres consideraciones al respecto: primero, la unción espiritual no acontece en un espacio tradicionalmente considerado santo, como un templo, santuario o lugar de oración, sino en una casa, en medio de una visita sororal de dos parientas y amigas. Segundo, tampoco se dirige la unción exclusivamente a hombres o piadosos varones israelitas, sino a una mujer sencilla del humilde pueblo Ain Karim, en la serranía de Judea. Tercero, en Lucas la venida del Espíritu Santo no ocurre después de Pentecostés en las nacientes comunidades cristianas, sino incluso antes del nacimiento de Jesús, pues es en el “aquí y ahora” de la visitación de María que el Espíritu escoge, unge y plenifica a Isabel -recordemos que su nombre representa la plenitud divina-. Ambas mujeres, Isabel y María, resultan así receptoras del Espíritu de Dios.
Por su parte, María es una joven humilde de Nazaret, un pueblecito del interior de Palestina, quien, una vez conoció del imprevisto embarazo de Isabel, viaja a felicitar y celebrar con su prima, tras unos tres o cuatro días de travesía desde Nazaret. La visita, que dura unos tres meses, se convierte en verdadera fiesta de solidaridad y acompañamiento entre estas dos embarazadas, comparten las alegrías, novedades, preocupaciones, preparativos y esperanzas de unas gestantes primíparas. ¡Cuánto habrán compartido confidencias, remedios para los malestares matutinos, consejos de otras comadres, búsquedas de parteras, tiempos de costura, ideas de nombres para los bebés en la fiesta de la circuncisión, oraciones y pensamientos sobre el camino que Dios les ponía por delante para ellas y sus hijos! Podemos vislumbrar la feliz experiencia de la concepción, la maternidad y el parto condensada en este texto lucano.
La bienaventuranza de Isabel provoca en María un cántico de alabanza -el Magnificat-, que expresa la alegría en el alma de esta sierva al acoger la voluntad del Señor en su vida. Este himno evidencia el conocimiento de las Escrituras y la profunda devoción espiritual de María, pues está compuesto tomando en cuenta pasajes del Primer Testamento. Se evoca la actuación de Dios en la historia de Israel socorriendo y exaltando a los pobres y los humildes, en detrimento de los ricos, poderosos y soberbios.
María predice y manifiesta a Isabel que “desde ahora siempre me llamarán dichosa, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas” (1:48s.). La grandeza de María, la madre de Dios (en el griego la Theotokos, la que da a luz a Dios), y nuestra veneración a la Virgen Bienaventurada no proviene sólo del hecho de que ella fue la madre de Jesús, de haberlo llevado nueve meses en su vientre o de haberlo alimentado; su grandeza estriba en que ella escuchó la Palabra de Dios y la asumió como praxis de vida al afirmar “Hágase en mí, conforme a tu voluntad”.
El hermoso texto de hoy nos muestra a dos mujeres valientes, fuentes de inspiración y testimonio. Son mujeres que resisten y luchan a favor de la vida en un contexto patriarcal, habiendo sufrido discriminación por su condición de infertilidad o de ser madre soltera. Mujeres creyentes que saben los riesgos que conlleva el seguimiento al proyecto de Dios, pues tendrán que asumir el dolor de ser madres de futuros profetas marginales y despreciados en Israel. Mujeres de fe que superan los miedos e incertidumbres con esperanza y alegría, guiadas por la fuerza del Espíritu que les mueve a ser protagonistas de un mundo venidero de paz, justicia y vida.
Vivamos este último domingo de Adviento y la espera gozosa del nacimiento de Jesucristo con la fuerza del testimonio de Isabel y María, dejándonos impulsar por sus experiencias cotidianas y maternales de fe y de acogida de la unción del Espíritu, de sus expresiones de alegría contagiosa y de su relación de amistad y cuidado mutuo. ¡Que así sea!
La Rvda. Loida Sardiñas Iglesias es Presbítera de la Iglesia Episcopal Anglicana, Diócesis de Colombia, donde ejerce su ministerio como Clérigo auxiliar en la Catedral San Pablo, en Bogotá. Es doctora en Teología por la Universidad de Hamburgo y profesora de la Pontificia Universidad Javeriana en Colombia. Sus áreas de interés son la Teología Sistemática, el Ecumenismo y la Ética teológica.
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