Sermones que Iluminan

Pentecostés 14 (B) – 29 de agosto de 2021

August 29, 2021

LCR: Deuteronomio 4:1–2, 6–9; Salmo 15; Santiago 1:17–27; San Marcos 7:1–8, 14–15, 21–23

En texto del libro del Deuteronomio que hemos leído hoy, dice al final algo muy importante. Leámoslo nuevamente: “Tengan mucho cuidado de no olvidar las cosas que han visto, ni de apartarlas jamás de su pensamiento; por el contrario, explíquenlas a sus hijos y a sus nietos.”  

Estas palabras, atribuidas a Moisés y dirigidas al pueblo hebreo, han llegado hasta nosotros gracias a que cada uno de los miembros del pueblo de Dios obedeció a Moisés y se comprometió a reunirse, celosa y frecuentemente, para escuchar las narraciones de la vida de fe de la comunidad. De este modo sus historias, luchas, conquistas y el acompañamiento de Dios señalándoles el camino, corrigiéndoles, perdonándolos y llevándolos paso a paso hacia la añorada Tierra Prometida, se fueron grabando en cada uno de ellos. El pueblo escuchaba estas historias con una atención profunda, las memorizaba, abría su corazón a Dios y luego las transmitía a sus hijos y nietos. Fue así como estas tradiciones orales alimentaron este pueblo, pasando de generación en generación hasta que llegaron a ser puestas por escrito en lo que hoy conocemos como la Biblia. Indudablemente, sin el compromiso del pueblo de Dios esta historia de fe se hubiese perdido.

Aunque estas palabras de Moisés se dijeron hace muchos años, siguen siendo actuales e importantes para nosotros hoy, porque nos recuerdan e invitan a comprometernos a conservar la memoria histórica y eclesial de nuestra fe. Ahora, cuando estamos perdiendo la hermosa tradición de reunirnos a celebrar la fe, en este mundo “post-iglesia”, nos viene la gran pregunta de cómo mantener vivas y presentes las historias y enseñanzas bíblicas entre nosotros. Si bien ya las tenemos escritas, impresas en millones de biblias y libros religiosos, tenemos la tarea ahora de devolverlas a nuestra mente y corazón, para que la revelación de Dios recobre su valor y vitalidad entre nosotros.

Hoy, en la cultura postmoderna, tan comercializada y tecnificada, sufrimos un gran problema de memoria. Podríamos decir que una de las enfermedades de nuestra era es la pérdida de la memoria individual, colectiva, histórica y eclesial de la fe. Si hubo un tiempo en que la Palabra de Dios se memorizaba para generar un estilo de vida, con una ética y lenguaje propios, tenemos que aceptar que, en nuestro tiempo, estamos sacando de nuestras memorias esta riqueza invaluable de las promesas de Dios. Para los hebreos la fe era como una luz que iluminaba la manera de ser y de vivir del pueblo: sus leyes, su política y sus valores como pueblo de Dios; mas no sucede así para nosotros.

¿Qué hay de nuestra memoria religiosa? ¿Cómo comunicar nuestros textos bíblicos, las historias de Jesús, su vida y su mensaje, nuestros cánticos sagrados y tradiciones a las futuras generaciones? Si no nos congregamos, si hemos convertido el domingo en otro día de trabajo o en el “día de descanso total”, sin iglesia, ¿cómo mantendremos vivo y relevante el mensaje de Dios? Y si no es la Palabra de Dios la que alimenta nuestro espíritu y nos da la fuerza de la fe para vivir una vida con sentido, entonces ¿qué es? O ¿Cuál sería la clave para no perder esta rica memoria eclesial que ha llegado hasta nosotros?

La biblia, si no es leída en el contexto de una comunidad de fe, no tiene la misma riqueza y contenido. Los textos bíblicos nacieron en comunidades de fe para ser leídos e interpretados por comunidades de fe. Es en la Iglesia donde la Palabra recobra su frescura, su vida y su sabor.

La Palabra de Dios se nos dio para ser escuchada, más que leída. ¡Qué grandioso es escuchar los textos bíblicos leídos por nuestros padres, hermanos o catequistas, nuestros diáconos o sacerdotes, nuestros jóvenes o nuestros niños! Seguramente, sería más fácil recordarlos si nos lo leyeran personas que conocemos y amamos. Alguien podría decir: “¡este texto lo recuerdo porque la diácona de nuestra iglesia lo proclamó y lo explicó tan bonito!, lo hizo con ejemplos de su vida, un domingo cuando celebrábamos la Eucaristía en la iglesia”. O, “mis padres me leían estas historias de Jesús y hablábamos de ellas cuando estábamos pequeños”.

La celebración de la fe en comunidad le da vida a la Palabra, y la Palabra le da vida a la comunidad de fe. La Palabra se encarna en una comunidad concreta, se queda con ella hasta producir frutos nuevos y abundantes. Recordemos: “La Palabra de Dios no vuelve a Él vacía.” De ahí que es una labor urgente y esencial escuchar la Palabra en comunidad para mantener la fe viva y productiva, de tal forma que dé frutos de vida eterna.

Este domingo, entonces, la Palabra nos llama a que escuchemos con atención a Moisés y mantengamos una conversación abierta, sagrada, comprometida y creativa para encontrar maneras antiguas y nuevas de recuperar la memoria de nuestra fe, y llevar el mensaje de Dios a nuestro corazón, para que vivamos de y en su Palabra, la cual es nuestro alimento espiritual que nos nutre ricamente. A través de una escucha atenta de la Palabra de Dios, iremos moldeando el corazón para que se asemeje, aún más, al de Cristo, quien “amó hasta el extremo.”

El Reverendo Fabio Sotelo es Sacerdote Encargado de la Iglesia Episcopal de San Eduardo, en Lawrenceville y sacerdote asociado de la iglesia de San Beda en Atlanta, Georgia. Tiene un Maestría en Filosofía y Letras de la Universidad de Santo Tomas, Bogotá, Colombia; Una Maestría en Teología del Seminario Santa María, Emmitsburg, Maryland, y actualmente adelanta un doctorado en Liturgia en la Universidad del Sur, Sewanee, Tennessee.

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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