Sermones que Iluminan

Pentecostés 2 (B) – 6 de junio de 2021

June 06, 2021

LCR: Génesis 3:8–15; Salmo 130; 2 Corintios 4:13–5:1; San Marcos 3:20–35

“Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, añadió: —Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues cualquiera que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.” (Marcos 3:34-35).

¿Qué es lo que nos une en el amor de Dios? ¿Es el vínculo de la sangre o el del amor a Cristo? ¿A quién pertenecemos? ¿A quién le hemos entregado nuestras vidas y corazones? Acaso, ¿somos la propiedad de otra persona? ¡No!

Un poema de Khalil Gibran, libanés que emigró a los Estados Unidos a fines del siglo XIX, dice:

“Tus hijos no son tus hijos,
son hijos e hijas de la vida,
No vienen de ti,
sino a través de ti,
y aunque estén contigo,
no te pertenecen.”

Reflexionar en las palabras de Jesús nos invita a pensar que, aunque venimos al mundo a través del vientre de nuestras madres biológicas, todos somos hijos e hijas de Dios. Él nos creó y nos conoció antes de que fuésemos llamadas y llamados por nuestro nombre. Por eso cuando predicamos, decimos “hermanos y hermanas.” ¿Cuántos de nosotros hemos sanado todas las heridas a través del amor de Dios y hemos conocido la alegría y la esperanza en nuestro sentido de pertenencia al Señor? ¿Cuántos hemos experimentado el rescate de nuestro Padre celestial que nos ha redimido? ¿Cuántos sanamos viejas heridas cuando aprendimos a caminar en la fe de Dios, por los senderos de paz y de justicia? Por eso, cuando hablamos en nuestras comunidades, decimos “hermanos y hermanas”.

¿Quién nos consuela cuando nuestra madre vuelve a habitar la casa de Dios en el cielo y nos quedamos solos, huérfanos, estremecidos de angustia y llenos de ausencia? ¡Jesús! ¿Quién nos reclama como propios en el momento del bautismo? ¡Jesús! ¿Cómo seguimos a Jesús en el camino de nuestra vida cristiana? Con nuestro pacto bautismal iniciamos el camino en el amor a Cristo y reconocemos en los demás a nuestros hermanos y hermanas; en nuestro pacto bautismal prometemos buscar y servir a Cristo en todas las personas, amándolas como a nosotros mismos; en nuestro pacto bautismal prometemos luchar por la justicia y la paz entre los pueblos. Cuando bregamos por la paz y la unidad, respetamos la dignidad de todos.

Estamos unidos a Jesús en el amor al Señor, y cuando hacemos lo que agrada al Padre, Jesús nos reconoce como miembros de la familia cristiana. Todos habitamos bajo el mismo cielo o techo. No el cielo entendido como un lugar físico sino donde habita Dios; no el techo de nuestra casa o habitación sino el que está por sobre todo limite físico y material: el Reino de Dios, del cual todos somos herederos en el amor y por el amor en Cristo, nuestro Salvador. Cuando hablamos de fronteras, significamos países; cuando decimos techos, significamos espacios personales. Jesús nos invita a pensar en cómo las fronteras geográficas y las paredes crean divisiones, y declara que en el amor de Dios no existen ni fronteras ni obstáculos para celebrar la unidad. Todos somos uno, y en el amor de la Santa Trinidad nos encontramos unidos sin fronteras ni paredes.

En nuestras comunidades de fe descubrimos la hermandad y el sentido de nuestra pertenencia en el amor de Cristo. Jesús nos está diciendo que nada nos separa de Él. El amor a Dios nos une y es más fuerte que cualquier otro vínculo. Con el amor de Dios en nuestros corazones, y en la forma de relacionarnos con los demás, construimos la unidad. Cuando estamos unidos en solidaridad con los demás construimos la comunidad amada, participamos en el sueño de Dios, somos todos para uno y uno para todos. Cuando decimos lo nuestro, significamos lo de todos, no solamente lo de algunos.

Cuando amamos a los otros en el amor de Dios las fronteras se evaporan y las paredes se desmoronan porque, como sugiere el apóstol San Pablo en la lectura de hoy, aunque nuestros espacios personales y geográficos sean destruidos, nada podrá destruir nuestra unidad en el amor de Cristo quien ha creado el camino para que habitemos por siempre en la vida eterna, junto a nuestro Padre celestial y en la comunidad de todos los santos y santas. Jesús nos dejó una enseñanza muy poderosa: “Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros.”

En la literatura argentina hay un libro fundacional: El gaucho Martín Fierro, de José Hernández. En una de sus frases dice: “Los hermanos sean unidos, porque ésa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera.” También hay una canción popular, escrita por Julio Cesar Isella y Armando Tejada Gómez, que ha trascendido las fronteras geográficas en Latinoamérica. Algunas personas han crecido con esta canción y, en algunos casos, ella creció en los corazones de las personas que se sienten afirmadas en una identidad Latinoamericana:

“Todas las voces todas, todas las manos todas
Toda la sangre puede ser canción en el viento
Canta conmigo, canta, hermano americano
Libera tu esperanza con un grito en la voz.”

Cuando decimos hermano, hermana, significamos vosotros, vosotras, nosotros, nosotras, tú y yo y lo nuestro. Cuando decimos lo nuestro, significamos lo de todos, no solamente lo de algunos.

Como en el salmo 130, esperamos en el Señor porque en Él hay misericordia; Dios redimirá a nuestros pueblos de todas las injusticias. En el amor de Dios vivenciaremos abundante vida, y en la abundancia del amor a nuestros hermanos y hermanas, Dios nos redime constantemente.

Anahi Galante es seminarista en Bexley Seabury Episcopal Seminary (Chicago, Illinois) y es postulante a las Órdenes Sagradas en la Diócesis de Nueva York. Es miembro de la iglesia Saint Luke’s in the Fields (Manhattan, Nueva York), y ha completado sus dos años de pasantía en Trinity-Wall Street (Manhattan, Nueva York).

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Contacto:
Rvdo. Richard Acosta R., Th.D.

Editor, Sermones que Iluminan

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