Pentecostés 22 (B) – 24 de octubre de 2021
October 24, 2021
LCR: Jeremías 31:7–9; Salmo 126; Hebreos 7:23–28; San Marcos 10:46–52
Este domingo estamos ante una escena maravillosa que nos presenta el capítulo diez del evangelio de Marcos, con un mensaje profundo de amor y compasión. Este acontecimiento del evangelio nos habla al corazón, asegurándonos que sólo a través de la fe alcanzamos las promesas de Dios. ¡Qué delicia para el mundo cristiano contemplar a un ciego llamado Bartimeo, luego de recibir el milagro de recuperar la vista, seguir a Jesús! También la Iglesia, en este domingo, goza de la oportunidad de anunciar las cualidades fundamentales para la vida cristiana: fe, esperanza y amor, la triada perfecta del camino a Cristo.
Imaginemos por un momento cómo nos cambiaría la vida si perdiéramos la visión por una hora; sería terrible. El texto de Marcos nos presenta a Bartimeo, ciego de nacimiento, y también nos muestra el poder de aquel que tiene fe en el Hijo de Dios. Bien sabemos que la fe no hace que las cosas sean fáciles, pero sí que sean posibles, porque nada es imposible para Dios. Bartimeo estaba seguro de que ese hombre llamado Jesús podía curarlo, lo que nos enseña que para tener fe no se necesita de los ojos para verla, sino del corazón para sentirla; porque cuando se unen la fe de un creyente y el amor de Dios, siempre ocurre un milagro.
La llegada de Jesús a Jericó se convirtió en día de gracia para Bartimeo. Como siempre nuestro Señor llega a nuestras vidas en el momento perfecto, y cuando Jesús está presente todo puede ser diferente. Bartimeo sólo necesitaba de la compasión del Hijo de David, el Mesías de Dios, demostrando así su fe y la seguridad de que Jesús podía sanarlo.
“Llámenlo”, dice el Maestro. Esta expresión define la atención y misericordia de Jesús al oír que alguien le llamaba. ¡Cuántas veces nos ha llamado el Maestro y nos quedamos en nuestras propias ocupaciones! y ¡cuántas oportunidades hemos perdido cuando el Señor ha pasado a nuestro lado y nos ha llamado a un ministerio, a un proyecto en la comunidad, a prestar un servicio y a ser un instrumento de su amor hacia otros, pero no hemos dado el paso de fe! ¡Cuántos seres humanos han perdido la oportunidad de recibir el milagro que necesitan en sus vidas por no percibir la voz de Dios y presentarse a su encuentro! Las Escrituras nos recuerdan que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve; que si buscas primero el Reino de Dios lo demás viene por añadidura.
“¿Qué quieres que haga por ti?”. Es la pregunta de Jesús hoy para cada uno de los hombres y mujeres que se encuentran con él, en la adoración de la Eucaristía. ¿Cuál podría ser nuestra mejor respuesta en estos momentos difíciles para nuestro mundo, familia e Iglesia? Bartimeo sabía exactamente lo que necesitaba: poder disfrutar del sentido de la visión y así asegurar su declaración de fe que hizo posible su milagro. Aquel que antes estaba sentado mendigando al lado del camino, ahora siendo en un hombre libre, se convierte en modelo de verdadero discípulo; enseguida tuvo la luz en sus ojos y mirando el camino, siguió a Jesús.
Debemos tener cuidado con la ceguera espiritual que impide a muchos hoy reconocer a Jesús como el salvador. Cuando un corazón se queda ciego, el ser humano se vuelve amargado, triste, frustrado y antipático. A la humanidad en la actualidad le cuesta saber que Dios le ama con un amor tan especial, que quiere hacer algo por cada uno de forma personal. Pensemos en estas palabras de Jesús a Bartimeo: Haré por ti lo que me pidas; es la muestra de un amor que no tiene límites.
Cada día se nos hace más difícil creer en el amor, tener fe y vivir con esperanza. La gente está amenazada por el dolor, enfermedades, desastres naturales, complejos; parece que el pecado hasta ha cambiado de nombre, ahora todo es causado por la debilidad del ser humano. Pero ante todo esto tenemos la palabra de Dios, que nos recuerda su promesa a través del profeta Jeremías: restaurar a su pueblo y llevarlo por el camino seguro; un Dios de pacto siempre está presente y cuida de sus hijos e hijas.
Queridos hermanos y hermanas, nada es seguro en este mundo y todo puede fallar, incluso la religión y la filosofía, pero nos hacemos grandes al reconocer que lo más extraordinario que le puede pasar a un ser humano, es encontrar la luz de Dios y seguir el camino de la salvación. Por doquier encontramos ciegos ante la verdad divina, incluso en las iglesias; gente que sólo ve las pequeñeces, las faltas y los errores de los demás; mirando la pajita del ojo ajeno se pierde la oportunidad de reconocer la viga en el nuestro, y eso denota el orgullo que nos separa de Dios. Una vez más reconocemos que cuando Jesús está presente los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos caminan; ésas son las señales de que el Reino de Dios está presente entre nosotros.
La fe de la Iglesia requiere de nosotros, en este momento, confiar en Dios con la certeza de que él puede ayudarnos en cualquier necesidad. La fe por la que fue salvado Bartimeo es la misma convicción de vida del creyente que vive en busca de la santidad imitando a Jesús, quien nunca cometió pecado y quien puede salvar para siempre a quienes, por medio de él, se acercan a Dios Padre.
Hoy es día de salud y salvación para los que creen en esta palabra de vida; no podemos perder esta oportunidad. La fe de Bartimeo sana y salva. También nosotros los hombres y mujeres de Dios, podemos expresar esta misma fe y dar el salto de la oscuridad a la luz, de superar y vencer cualquier obstáculo y colocarnos junto al camino por donde está pasando el Señor para llamarnos y sanarnos.
La fe de Bartimeo nos recuerda a todos que un día hemos sido ciegos, sordos, tullidos, leprosos e ignorantes, hasta cuando Cristo pasó a nuestro lado y nos llamó, y con su gracia nos transformó y nos salvó. La fe es una luz poderosa que guía al creyente a encontrar la verdad y a seguirla.
La Iglesia nos llama a todos a seguir el ejemplo de Bartimeo, quien convirtió su gratitud en lealtad, y decidió seguir a Jesús. Del mismo modo, cada cristiano debe procurar que su luz brille delante de la gente, para que, al hacer el bien, todos alaben al Padre que está en el cielo. El desafío de la fe es llevar la luz de la palabra de Dios a todas partes y que todo el que escuche con fe esta palabra pueda tomar la mejor decisión de su vida: seguir a Jesús. Amén.
La Rvda Marivel Milien, es encargada de la Iglesia Santísima Trinidad, Diócesis Southeast Florida, donde ha ejercido su ministerio durante los últimos 12 años.
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